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Blog sobre psicoterapia online, feminismo y salud mental

  • Foto del escritor: Ángela Cardona
    Ángela Cardona
  • 21 ago 2023
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 31 jul 2024

Sentirse tonta, el mal de las listas



Sentirse tonta tiene que ver más con una resistencia a lo que se sabe, que a no saber



https://www.tumblr.com/nikita-ermakov

Muchas veces me sentí tonta en terapia.

No digo por estar ahí en terapia, sino estando en las sesiones de terapia.

Pensaba "¡qué tontería más grande la que digo, me siento tonta cuando hablo!".


Sentía que cada cosa que decía era una tontería, que no tenía importancia, y que estaba torturando a mi terapeuta, en este caso, a un psicoanalista al que yo elevaba, a una especie de maestro que lo sabía todo, pero no me decía mucho.


Y en un punto era verdad, le torturaba, porque mi posición de tonta era bastante inamovible y nuestras sesiones, algunas muy soporíferas, ocurrían a las 3 de la tarde, es decir, en horario de sobremesa. Esta decisión ya no era mía, ese problema era suyo, pero se convertía en mío cuando el bostezo, natural a esas horas, era interpretado por mí como inequívocamente aburrimiento y lo interpelaba. “¿Te aburro?”, le preguntaba.


Pero nunca me decía que no era tonta, o que era lista, no me quitaba el sentimiento de inseguridad cuando le decía esto. Sabía que no le creería. Sabía que no se trataba de eso, sino de otra cosa, que ese sentirse tonta no significaba no ser inteligente. Significaba no querer saber, lo que ya sabía.


Y eso, me costó saberlo.


Curiosamente en mí también convivía al salir de sesión, la sensación que yo era muy inteligente y la ilusión de que yo era una de las pacientes más listas que tenía mi analista. Pero no era verdad. Tampoco mentira.


Un día, mi analista me dio un texto para que leyera sobre esto y no lo entendí.


Me embotaban las palabras, no entendía el contexto, no entendía la construcción gramatical, ni la prosa. No entendía nada y ese no entender era un bloqueo particular.


El texto era La tontería de Jean Claude Mildner (lo dejo aquí a quien apetezca, si os parece fácil o difícil, no va de eso, este tema). A mí me pasaba algo específico con ese escrito, y lo sé, porque yo leía a diario textos complejos, psicoanalíticos y filosóficos, que eran lecturas altamente abstractas y estaba acostumbrada a esa dificultad, a ese encriptamiento. Pero este texto se me hizo bola. Lo metí en un cajón y no volví a leerlo hasta muchos años después.


Diez años aproximadamente después, en otra etapa de mi vida, leí de vuelta esa "tontería" de texto, (nótese mi fastidio), y entendí algo, que tontos, somos todos, sobre todo por sostener una idea llamada ahí la “pasión por los vínculos”.


Y es que la tontería, el no querer saber, ayuda a que las cosas no se salgan del control, a que lo que se dice no afecte a los vínculos. A que lo que se dice, no haga temblar los cimientos en donde se construyen los lazos afectivos.


https://www.tumblr.com/nikita-ermakov

Aquí siempre es importante recordar que, aunque no lo diga el texto, la economía de los vínculos, la economía afectiva, ha estado sostenida principalmente por las mujeres como un mandato de género.


A las mujeres no solo se nos ubica socialmente como las que sostienen los vínculos afectivos (somos nostras las que sabemos cómo está el otro, cuándo cumple años, cuándo nos necesita, la llamada a los padres, la crianza, el cuidado físico, etc.) sino que, además, es por ello que somos validadas. Se nos juzga de acuerdo a la cantidad, la calidad y al sostenimiento de los vínculos desde pequeñas.


Por eso, uno de los mecanismos que perpetúan este mantenimiento es la tontería. Es decir, que aun teniendo la capacidad, que aun siendo listas, se activa este mecanismo para sostener la creencia de que todo se puede por amor, en que existe la perpetuidad, la amistad para siempre, la omnipotencia de los padres, la homogeneidad entre todos, que el amor todo lo puede, etc.


Es un mecanismo de defensa, porque hacerse cargo de lo que sí se sabe, es cuestionar esa creencia e implica un costo económico en el organismo que no se está dispuesto a soportar. Ese cuestionar se siente como completamente peligroso.


De allí la muletilla al final de las frases, por ejemplo, tan común en las mujeres, del “No sé”... o del “qué sé yo”, para restablecer todo vínculo como al principio, para desdecirse y no decir nada… como si eso fuera posible.


Mildner dice algo que me hubiera gustado haber entendido, o por lo menos haber cedido en que lo entendía, en su momento:


"Un mínimo de tontería es necesario para que las cosas funcionen, para sostener la idea que las cosas perduran. Que el sentido de las cosas se sostiene. Pero aceptar esa cuota de tontería no significa que una deba dedicarse a ella". (Como se nota, que lo escribió un hombre que, por socialización, no le empujaron a hacer de los vínculos su centro).


Yo me dedicaba a la tontería, insistentemente no me atrevía a saber lo que sabía, y al contrario, a creer que yo sola podía sostener los vínculos de mi vida. Sufría por ello, y ahí en el diván lloraba porque sabía que sabía eso.


Es una de las grandes paradojas que hoy también me encuentro en la consulta, que las más apasionadas por la verdad, las que más la buscan, son justamente las que no ven lo obvio, y que mi trabajo consiste en ir más allá y entender qué es lo que están protegiendo con ese “sentirse tontas”. Porque de tontas, ni un pelo.





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